Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar”. Horacio Verbitsky



Aportó una nota de tapa en Veintitrés [leer]

Moya reveló la conformación secreta de El Caudillo, medio vocero de la Triple A. Su investigación vino a contribuir al debate revisionista que se dio en esos meses con la reapertura de la causa AAA por parte del juez Norberto Oyarbide. Con la pluma de Adrián Murano, editor de Veintitrés, "Los intelectuales del Brujo" fue anunciada como segunda nota en portada.
(Veintitrés N° 450, 15 de febrero de 2007, pp 20 y 24).
Este trabajo se encuentra registrado ante la Dirección Nacional del Derecho de Autor con el Nº 5151494.


Ver más (adelantos del libro de Moya) en blog de escritor.

La colección de El Caudillo puede ser vista en el sitio "Ruinas Digitales", realizado por estudiantes de Ciencias Políticas de la UBA, a quienes cedí material que les faltaba.

La nota de Veintitrés, en versión revisada (la redacción es de Adrián Murano; la investigación de base y revisión final, de Moya):

Los Intelectuales del Brujo

Tenían una misión: difundir la doctrina ideológica que alentaba a las patotas parapoliciales de la Triple A. Disparar palabras inflamables en un país regado de pólvora. Celebrar la muerte del enemigo y, en ocasiones, marcar futuras víctimas.
Sin disimular el lazo que los unía, escribas y pistoleros eligieron el mismo mes para el bautismo de fuego.
El 16 de noviembre de 1973, se editó el primer número de la revista El Caudillo, una publicación monocromática que en sus primeras páginas instaba a dar la vida por "Perón, Dios y la Patria" y proclamaba: "El mejor enemigo es el enemigo muerto".
Cinco días después, una bomba destrozó el auto del senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, que salvó su vida de milagro. La hasta entonces ignota Alianza Antimperialista Argentina (AAA) se adjudicó el atentado.
Diagramado igual que El Descamisado –revista de la JP–, El Caudillo planteó una "lucha frontal" contra los "infiltrados marxistas" que pretendían "apropiarse del movimiento" fundado por Juan Perón. Su heterogénea lista de "enemigos" era encabezaba por la agrupación Montoneros y sumaba a las agrupaciones juveniles peronistas de izquierda; funcionarios del gobierno de Héctor Cámpora; integrantes del Partido Comunista; la guerrilla marxista del ERP; dirigentes radicales; religiosos tercermundistas; la "sinarquía de derecha"; dirigentes de la comunidad judía y abogados defensores de derechos humanos.
No fue casual que los adversarios de la revista coincidieran con los ataques perpetrados por la Triple A. Ambos, patotas y redactores, contaban con el mismo mentor, financista y jefe: el "Brujo" José López Rega, el todopoderoso secretario de Juan e Isabel Perón.
El Caudillo se publicó de manera regular hasta fines de 1975. En ese lapso, el semanario mantuvo tres rasgos intactos: su retórica brutal; los abundantes avisos del Ministerio de Bienestar Social o la burocracia sindical afín a López Rega y la ausencia absoluta de staff. Su cara visible fue el director, Felipe Romeo, integrante del estado mayor de la federación de agrupaciones de derecha que organizó la masacre de Ezeiza en junio de 1973, durante el regreso de Perón.
Romeo era el único que firmaba, en especial los editoriales, donde se bajaba la línea ideológica. Pero en la revista también se publicaban textos anónimos donde se celebraban crímenes –como el del abogado y diputado Rodolfo Ortega Peña– o se "marcaba" adversarios, como el cura Carlos Mugica, acribillado tiempo después de ser fustigado desde las páginas de El Caudillo. ¿Quiénes escribían esos textos? ¿Quiénes integraban la Redacción de la revista que le dio marco intelectual a los crímenes de la Triple A? Cobijado en el anonimato y el paso del tiempo, el misterio se mantuvo inalterable por 30 años. Hasta ahora.

A FINES DE 1973, con 30 años e iluminado por la estrella ascendente de López Rega, Romeo contaba con dinero de sobra para montar una revista, pero no tenía idea de cómo armar el staff. Esa tarea quedó en manos del primer jefe de Redacción, José Miguel Tarquini, un viejo conocido de Tacuara devenido en periodista y dirigente de la Guardia Restauradora Nacionalista afín a la Triple A. Católico y fascista, Tarquini recelaba del estilo disipado de Romeo, pero aceptó la tarea con devoción militante. Reclutó colegas que escribían en el diario Crónica y la revista Extra, el semanario fundado y dirigido por Bernardo Neustadt donde Tarquini realizaba reportajes y entrevistas de interés general. La mayoría de los convocados profesaba el fascismo; admiraba a la falange franquista; concurría a misa y habitaba en Quilmes, vecindario y base de operaciones de Tarquini. A instancias de Romeo, el staff de El Caudillo se completó con integrantes de la CNU y la JPRA, dos facciones violentas de la derecha peronista. Unidos por las coincidencias ideológicas, matones y "profesionales" se entregaron a la tarea de atacar al "enemigo".
Una de las secciones más elocuentes de la publicación era "¡Oíme!", donde se fustigaba –y amenazaba– a la oposición. A cargo de redactar esas líneas estaba Salvador Nielsen, un ultramontano que repartía su pluma entre El Caudillo y el diario Crónica. Admirador de Moscardó y las milicias de la Falange Española, antiguo Tacuara y seguidor del cura integrista Leonardo Castellani (autor de la significativa frase: "El buen pastor no es el que cuida las ovejas, sino el que mata al Lobo"), Nielsen estaba obsesionado con la "invasión sionista" y el ERP. Sobre el grupo guerrillero, incluso, había concebido una extraña teoría: sostenía que el ERP había estrechado vínculos con los terrositas vascos de ETA a través de Silo, el líder del movimiento Humanista. No tenía pruebas, pero igual escribió un artículo sobre el tema, reforzado con toques antisemitas.
Luego de sus diatribas en El Caudillo, Nielsen dejó Crónica y dio cátedra en la Universidad Argentina de Empresa (UADE) hasta que, en 1983, fue reclutado por la Agencia Noticiosa Saporiti, una pantalla de la SIDE que servía para operaciones de Prensa y lavar fondos sucios. De allí, pasó a otro periódico servicial, El Informador Público, y cultivó su fe cristiana en la obra del cardenal Ferrari. Por estos días, Nielsen despunta el vicio en El Diario del Viajero, donde habla sobre destinos imaginarios.

NIELSEN YA NO ESCRIBE las palabras incendiarias que usaba en ¡Oíme!, el espacio que en la edición del 7 de diciembre derramó críticas contra el párroco Carlos Mugica. El artículo cuestionaba su tarea en las villas y su prédica a favor de los derechos humanos de los guerrilleros. Poco después, el 11 de mayo de 1974, Mugica fue acribillado por un comando de la Triple A. El crimen perturbó a algunos integrantes del staff. El más afectado parecía ser Héctor Simeoni, reemplazante de Tarquini en la jefatura de la Redacción. Cristiano fervoroso, Simeoni sintió la muerte de Mugica como una contradicción entre la misión y la fe. "Es tremendo, tengo un terrible cargo de conciencia personal. Por fin entendí aquello de 'no juzgues si no quieres ser juzgado'", le escribió en junio a su amigo Tarquini, refugiado con su familia en Madrid luego de recibir amenazas. Para esos días, las balas de la Triple A ya habían apagado medio centenar de vidas, pero a Simeoni lo turbó el crimen de Mugica porque, al fin y al cabo, se trataba de un hombre de Dios.
En mayo de 1974, Simeoni quedó a cargo de El Caudillo por las ausencias de Tarquini y su director, Romeo, a tres meses de sufrir un atentado.
Al menos cuatro fuentes directas y documentos de la época confirman el rol que ocupó Simeoni en la redacción, pero consultado por Veintitrés, el periodista jura que "apenas fue un colaborador" de la revista (ver recuadro). Y, sin delicadezas, dirige la mirada en otra dirección: "El que reemplazó a Tarquini fue Luis Saavedra".
Peronista, católico y periodista, Saavedra solía amenizar la prosa barroca de El Caudillo con textos pulidos sobre los vínculos entre religión y patria. Vecino histórico de Quilmes, Saavedra llegó a formar parte de la mesa chica de la política local, donde trabó relación con los ex intendentes Federico Scarabino y su antecesor, Aníbal Fernández. Como funcionario, fue director de Prensa del Concejo Deliberante y vocero del intendente Fernando Geronés. Como periodista escribió para El Sol de Quilmes y trabajó en una radio local. Como cristiano, legó una "Oración del Periodista" que rezaba: "Dame temple para defender la libertad que me confiaste en custodia y sabiduría para ejercerla responsablemente".
Sin más evidencias que su palabra, Simeoni asegura que la redacción de El Caudillo fue conducida por Saavedra, quien no podrá contradecirlo: Murió de cáncer el 31 de diciembre de 2005.

SIMEONI Y SAAVEDRA compartían las tardes apacibles de Quilmes, al igual que otros dos compañeros de redacción: Natalio Antonio Palazzo y Luis Cabré.
El primero conoció a Tarquini como militante barrial, pero en El Caudillo descubrió su afición por la escritura. Entre sus compañeros, Palazzo era "Nino", un nacionalista sin fisuras que militaba en la temible CNU. La agrupación filo nazi, fundada en La Plata, había sacado chapa de violenta en 1971 con el crimen de la estudiante marplatense Silvia Filler, asesinada durante una asamblea estudiantil. Palazzo frecuentaba al líder de la agrupación, Patricio Fernández Rivero, y en junio de 1974 tuvo chance de mostrar su lealtad. El día 20, el Torino que transportaba a Fernández Rivero chocó cerca de Palermo. Palazzo mantuvo una larga vigilia en el Hospital Fernández para cuidar a su líder, a quien le fue amputado un brazo. Dos ocupantes del auto habían muerto en el accidente. Y otros dos, luego de que en el baúl del Torino se descubriera un arsenal, estaban presos: Hilda Disandro, novia de Fernández Rivero, y Pipi Pomares, indicado como compañero de patota del represor Carlos "El Indio" Castillo.
La dictadura recicló a los de CNU, y tras la experiencia de El Caudillo, Palazzo se transformó en un "hombre de prensa". En los '80, trabajó para la UOCRA y, más tarde, consiguió un puesto en el Servicio de Difusión Científica del Conicet. Reconvertido a la divulgación de temas científicos, produjo programas de cable sobre el rubro y alternó con la prensa institucional. En 2002, tras un breve paso en la oficina de prensa del Ministerio de Educación, Palazzo se mudó a la provincia de Chubut, donde hoy trabaja como responsable de comunicación del INTA en Trelew. "No, no, no. Eso pasó hace mucho. Si publicás eso, me hacés mierda", dijo, como toda respuesta, ante la consulta de Veintitrés.

LUEGO DE SU EXPERIENCIA como redactor de El Caudillo, la vida de Luis Cabré también siguió ligada a los medios. Y por partida doble: tuvo un programa de radio en Quilmes.
En sus años de militante nacionalista, Cabré solía escribirle largas cartas a Tarquini donde le informaba sobre el devenir de la política nacional, los últimos chismes del barrio y las movidas internas de El Caudillo. Firmaba sus cartas de modo elocuente y simpático: "Un saludo con el brazo en alto y perfumado de pólvora". El brazo en alto, vale aclarar, es el saludo característico de neonazis y fascistas.
En julio de 1974, El Caudillo debió mudarse de las oficinas de Sarmiento 1371 a un sucucho en Lavalle 1942, ex cueva de la Juventud Federal que seguía al fascista Manuel de Anchorena. Allí, funcionó hasta que publicaron su edición 67.


EL 21 DE MARZO de 1975, El Caudillo anunció que dejaría de publicarse. Según Romeo: "Se han acabado los días de las palabras, ahora vendrán tiempos de hechos". Fue una forma de amoldarse al momento. López Rega tenía la suma del poder público pero, por lo bajo, se disputaba una cruenta batalla interna entre patotas sindicales y matones con chapa policial.
Parte de la redacción se trasladó a Figueroa Alcorta 3297. Allí, el 1º de abril, se dio el "error" de un guardia de seguridad de la revista que recibió a un teniente de Granaderos que pedía ayuda para su vehículo descompuesto. Animado por el uniforme, el custodio se ufanó del arsenal que guardaban entre las Lexicon 80, lo que derivó en una investigación del Ejército que Jorge Videla usó para, primero, presionar a López Rega y, después, dejarla trascender al diario La Opinión.
El autor de la nota, Heriberto Kahn, se ganó un espacio en la sección ¡Oíme!: "Chupatintas, corrés el riesgo de que ese nombre tuyo –chupatintas– tenga alguna alteración y se cambie tinta por plomo". Por fortuna para Kahn, la amenaza no se concretó.
La violencia retórica de El Caudillo se había convertido en un imán para escribas aficionados acostumbrados a ponerle el cuerpo a "la lucha". Así, la Redacción sumó militantes sindicales como Carlos Tórtora –quien en los '90 llegó a ser asesor del ministro Carlos Corach–; a antiguos dirigentes nacionalistas como Ricardo Ahe –del Movimiento Nueva Argentina y la CGU–; José Antonio del Valle –CNU–; y hasta empleados rentados del Ministerio de López Rega, en otra muestra del estrecho lazo que unía a la revista con el jefe de la Triple A.
En este último grupo se anotaba "Quique" Gerez, jefe de Relaciones Públicas del semanario y empleado de la Dirección Nacional de Recaudación Previsional, una dependencia directa del "Brujo". Hombre de la JPRA, Gerez controlaba que los "profesionales" no escamotearan la difusión de gacetillas de las agrupaciones políticas y sindicales que llegaban a la Redacción.

PARA EL 17 DE OCTUBRE, bajo el ala de Lorenzo Miguel, Romeo logró que la UOM financiara un efímero regreso de su publicación.
Ya en dictadura, el director de El Caudillo habrá de fundar la editorial RO.CA. junto al jefe de represores Ramón Camps. En el ‘82, durante la guerra de Malvinas, El Caudillo tuvo su tercera temporada, con staff renovado y nuevos enemigos.
En el marco de la causa que investiga los crímenes de la Triple A, Romeo huyó de la captura internacional librada en diciembre por el juez federal Norberto Oyarbide en pos de interrogarlo sobre el rol que ocupó El Caudillo en la estructura parapolicial de López Rega, a partir de su exposición como director de la publicación. Ahora, se sabe que Romeo no estaba solo.
Adrián Murano y Alberto Moya

El Caudillo y su época
(Escribe Alberto Moya)
El Caudillo, como la AAA, apareció a un mes de la asunción de Juan Perón; a dos del crimen de José Rucci y en días de secuestros a militares y empresarios por la guerrilla. Hasta que el ERP atacó el cuartel de Azul. Así, el inicio de 1974 tuvo la excusa para echar a gobernadores con apoyo de la Tendencia Revolucionaria y al Grupo de los 8 diputados (Carlos Kunkel, entre ellos). El General habló de “aniquilar este terrorismo” y consoló por escrito a los militares en Azul: “Los vamos a exterminar uno por uno”.
La derecha se envalentonó: la JPRA anunció “pena de muerte” a los traidores. Entre varios muertos, uno de los primeros fue el de un fotógrafo: Julio Fumarola. Mugica, en mayo, después de la plaza imberbe en la que Perón insultó a la JP, y tras la que Tarquini se exilió en España.
A la muerte de Perón, El Caudillo se mudó; duplicó sus páginas y vendía 9400 ejemplares en la Capital. Se profundizó la “depuración ideológica” que El Caudillo definía como expulsar a los que vivaban la “patria socialista” en lugar de la peronista. En Lomas, por ejemplo, el intendente debió ceder su lugar a Eduardo Duhalde.
Corridos, el 6 de septiembre Montoneros pasó a la clandestinidad. Al secuestro de los Born, siguió el Septiembre Negro de la AAA: más cadáveres. El ERP mató a la hija del capitán Viola, los del ERP aparecieron muertos frente al Colón; los obreros, en baldíos.
El ‘75 comenzó con superpoderes para Rega y el decreto S 261 ordenó “aniquilar” a la guerrilla en Tucumán. La relación de la AAA con el MBS y el Ejército era investigada por un coronel que fue asesinado en marzo. Cerrado El Caudillo, Romeo editaba la revista Puntal, en cuya sede de Alcorta se descubrió un arsenal. Tarquini se fue a Catamarca. Duhalde encabezó una columna en un acto con Isabel, contra lo que este año dijo a Clarín: “siempre milité en el antiisabelismo”.
El poder económico solventó el sitio de la AAA sobre Villa Constitución, donde los obreros pedían mejoras salariales. Ese capital concentrado impuso su modelo en junio: El Rodrigazo. Ya no necesitaba a Rega; el Ejército podía mostrar a la prensa su carpeta AAA-MBS, que denunciaba a Romeo.
A la caída de Rega, Lorenzo Miguel fue por todo: mientras Montoneros copaba el conurbano, él mandó incinerar a uno de sus pistoleros. Hacia el 17 de octubre, financió la vuelta de El Caudillo.
El distanciamiento del líder de la UOM con el gobernador Victorio Calabró, dividió también a la AAA, con Romeo y Aníbal Gordon en cada sub bando. Cuando empezaron a matarse entre sí, sobrevino la despedida del 21 de noviembre: “Renuncio al cargo de director (para pasar a) una forma distinta de pelear”.
Romeo huyó del país. Ya alguien había convencido a Horacio Paino de que se adjudicara la invención de la AAA solventada por el MBS. Al levantamiento de la Fuerza Aérea, sobrevino el ataque al batallón Viejobueno que permitió a Videla anunciar los 90 días previos al Golpe.